19 marzo, 2016

CRÓNICA DE UN PADRE BUENO: ÁNGEL MARTÍN PAVÓN

• Ante la pérdida de un padre, la soledad desgarradora es irreemplazable. 
Con esta crónica quiero expresar mi sentimiento a Desi, mi compañera, y a toda la familia Martín Fernández por la ausencia de un hombre, que además de padre, fue un ser noble y sencillo hasta el final. (JDL)

El joven Ángel 


El padre-abuelo

 «Son buenas gentes, 
               que aman, sueñan y piensan,
          y que un buen día, como tantos
                          reposan bajo la tierra».
                                 Antonio Machado.

ÁNGEL MARTÍN PAVÓN
EL DÍA que los hombres conozcan más de su pasado y sepan que en los lugares donde crecieron, hubo y habrá hombres valiosos, entonces se arraigarán más y sabrán defender la tierra en que nacieron. Ángel Martín Pavón (Fontanarejo de los Montes, Ciudad Real, 1929-2014), pertenece ya a esa lista infinita de seres anónimos, pero extraordinarios, que amaron a su pueblo y se recordarán toda la vida.

La sola idea del fatídico domingo en que se fue para siempre, es tan ingrata que no se puede verbalizar. No fue a la hora del café cuando se marchó. Era pasada la una de la madrugada del 13 de julio de 2014.

Cuando recibí la triste noticia, lo primero que sentí  fue un vacío inmenso, un profundo dolor que no se olvidará jamás.

Cuando se pierde al padre —y yo también lo perdí—, sólo el desgarro emocional de la familia es capaz de delatar el vacío que deja ese soporte de inteligencia viva que siempre será el padre. 

Ángel Martín, a sus 84 años, aún con la salud ya debilitada, demostró una enorme resistencia y vitalidad hasta el final.

No porque la muerte sea la última ley de la existencia las emociones dejaron de acentuarse mas aún. La partida de Ángel, el esposo, el padre y el abuelo, no quedó como un hecho natural, sino que fue un corte en seco en el alma familiar como si todos quedáramos definitivamente huérfanos.

Voy a hablar, por fin, de este hombre que vivió pegado a la raíz, a la familia y a su pueblo: Fontanarejo, un rincón callado de la Comarca Histórica de los Montes de Toledo, que con Ángel lloró la partida de quien se aplatanó a su tierra desde el mismo día en que nació, el frío invierno de 1929.

Ángel (a la derecha) junto a mi       padre, José, en Madrid, después de una corrida de toros en 2004.

Recuerdo las conversaciones con él, que no era mi padre, pero casi lo fue. Era un hombre adusto que en la mesa familiar, ensimismado siempre en su silencio, todo el sentimiento lo llevaba dentro.

Nadie como Ángel habrá vivido más el apego por el campo y por su pueblo. Cada año, «Las Luminarias», la tradición medieval que identifica al rincón castellano-manchego en que nació, eran un acontecimiento en su vida.

La infancia en el pueblo le marcó su existencia. La nostalgia por una tierra tan accidentada y bella, los misterios de sus montes, el amor por la agrestenaturaleza, el placer de las aguas de los riachuelos cercanos y las tradiciones ancestrales, fueron para Ángel un referente permanente como lo es Fontanarejo para Castilla La Mancha y toda España.

Entre calles empedradas, queda ahora el recuerdo de un antaño labrador: su ir y venir por las cuestas de su aldea, ora en busca de romero, ora haciendo los fardos verdes que arderían después expandiendo por el pueblo el aroma purificador.

Ángel Martín Pavón, quiso a su familia y a su pueblo, fue el enlace de un presente encarado al futuro con el pasado y las historias que llevaba en su interior. Era hombre de hazañas anónimas, cazador incansable en sus tiempos mozos. Allí, en su casa de Fontanarejo, cuelgan los símbolos de aquellas correrías de antaño como trofeos inmortales de sus años de juventud.




«Montaba a la mañana el sillonero 
con el último mate en los pellones
y salía, ganándole a los peones, 
puro brillo de plata en el apero.
Y cuando el sol caía en el potrero, 
entre mulas, arneses y jergones, 
regresaba cortando callejones
con todo el horizonte en el sombrero».

No está Ángel, el esposo, el abuelo, el lugareño, el labrador. Un cúmulo de vivencias guardadas se fueron con el. Pero el hombre bueno que fue, nos dejó para siempre su lealtad, su nobleza y toda su generosidad. 



EL ABUELO DE 
LAS EMOCIONES  


Hay abuelos de todos los tamaños y clases: abuelos altos como el árbol que invita a trepar, abuelos gordos como osos de felpas, los que nos gusta besar y acariciar; abuelos diminutos que nos hablan en voz baja durante horas enteras; abuelos listos, que saben todo lo que hay que saber; abuelos callados, que con un leve silbido todo lo dicen. El abuelo Ángel fue todos ellos juntos en las distintas etapas de su vida. Lo saben los cuatro hijos que junto a Marina engendró, y los seis nietos que la vida le regaló.


    En La Cabrera, Madrid, 2008

POSTDATA PARA ÁNGEL________________________ 
A la altura de la 1:30 de la madrugada del 13 de julio de 2014, la muerte se llevó por delante a mi suegro y amigo. Tenía 84 años y unas ansias enormes por seguir viviendo.

En las Navidades de 2013, su semblante era un esplendor de vida llena, pero una afección insospechada le cortó la existencia un domingo ingrato de julio. Se fue con el preciado tesoro de haber pasado toda una vida junto a su familia, desde el día en que se unió con Marina, en una premonición de futuro feliz que no se acabó nunca.

Junto a Marina, la mujer que le acompañó toda la vida.

Ángel se adelantó a su partida cuando todavía debería estar  gozándose con los suyos  y con toda la gente que le amó.

Ya  nadie te reemplazará en tus instintos.

Ya nadie te suplirá como tú lo hacías, esperando siempre afanoso en el banco de la esquina.

Ya nadie te arrancará una sonrisa anticipando aquel abrazo tierno de familia. 

Ya no estarás más junto a Marina, la mujer que te amó toda la vida y que no deja de llorar tu ausencia entristecida.

A veces, cuando no tenías con quien hablar o con quien compartir el café de cada día, deambulabas por los campos, tal vez, hurgando en todo tu pasado, desde los menesteres de labrador primero hasta los trajines de la electricidad que te llevaron a Madrid, sin que el amor a la tierra abandonara nunca tu pasión.

Te vas como un auténtico hombre de secano, al que por otra parte le encantaba el mar, ese mar al que añorabas volver y que tantos veranos disfrutamos juntos.

Seis años faltaban para que la vida te asomara al nonagenario, pero la muerte, con su inusitado paso y su presencia cotidiana, arrebató tu mirada y dejó en todos un vaho de tristeza que no se borrará jamás.

Hoy reposas, como tantos, en Fontanarejo de los Montes, la tierra donde se te estiró el cuerpo y moldeaste toda una vida.

Gracias, querido Ángel, por todo lo que nos legaste. (D.E.P.)

 
Fontanarejo de los Montes, pueblo de tradiciones y tierra de Ángel Martín Fernández.

2 comentarios:

  1. Tienes razón Jesús, ante la pérdida de un padre, la soledad desgarradora es irreemplazable. Me consta que fue tu segundo padre. Dios lo tenga en la gloria! Nadie como tú para expresar con palabras el más sentido homenaje a un gran hombre. Abrazo.

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