15 marzo, 2016

El talento de un colega extraordinario: Jorge García Sosa

A propósito del Día de la Prensa Cubana

‼️Periodistas todos los días‼️


APOSTILLA POR MIS COLEGAS MUERTOS 
Y LOS QUE SIGUEN EN PRIMERA LINEA 

El 14 de marzo fue el Día de la Prensa Cubana y quiero evocar los nombres de aquel periodismo de primera fila en que me forjé. 

Llegué a 'Vanguardia' en los años del gran esplendor, con la bocanada de aire fresco que estaba significando el arribo de reporteros, todavía activos,  de la talla de José Antonio Fulgueiras Domínguez, Mercedes Rodríguez García y Luis Manuel Machado Ordetx, y de otros que ya no están como Iroel Camero López, René Rodrigo Ruano, Ifrain Sacerio Guardado y el íntegro Jorge García Sosa. 

Todos llegamos hechos unos imberbes, y sin mayores reverencias nos contrataban por 200 pesos, una fortuna en los 70 y 80. En los pasillos del periódico maduramos en el oficio que amamos toda la vida.

Jorge García, que llegó todo flaquito y acabó siendo un maestro de la corrección, murió en 2013 con 62 años. En mis tiempos en 'Vanguardia', se desempeñaba como Jefe de Información. Todos juntos, vivimos el primer golpe, el desconcertado final de Ruano cuando iba en busca de la noticia un día ingrato en que la noticia acabó siendo él. A la muerte de Rodrigo Ruano, le siguieron las de Ibrahim Pérez Gómez, Raúl Castillo Rolo, José Ramos Pichaco, Ifrain Sacerio, la de Andrés de J. Fernández y Miguel Ángel Pérez Cuéllar; también la de Juan José Pérez Palmero, que también comenzó en aquella redacción, y la del patriarca Roberto González Quesada, el maestro mayor. 

No hace un año todavía que otro decano periodista, Guido de Armas, colega de oficio y de las buenas juergas, murió en Santa Clara montado en los 80. Sumo también las bajas del tándem de fotógrafos : José Vizcaíno y José (Pepe) Hernández Mesa, artífices junto a Manuel de Feria ( todavía en pie) de las imágenes que rastreaban por toda la geografía central para ilustrar las notas y los reportajes que llenaban cada día la edición del matutino impreso. Y sumo al fotógrafo José Antonio López Godoy (TOM) compañero inseparable en mis años de periodista en Cuba. Tom disfrutaba, tanto como yo, el placer inmenso que me provocaba el periodismo de investigación. Eran unos verdaderos maestros del lente, protagonistas de un caudal interminable de películas que justificaban el día a día y todo el progreso villaclareño de aquellos años de máximo esplendor. Todos, en algún momento de sus vidas fecundas, fueron vitales en el tándem de reporteros sagaces del matutino villareño, y hoy forman parte inseparable de la historia del periodismo de primera línea. 

Todos, guardamos el mérito de habernos forjado y educado cuando la redacción de 'Vanguardia' era un corrillo permanente cocinando la crónica de cada día. 

A veces, llegábamos tarde en la noche, nos sentábamos a la mesa y aporreábamos la máquina de escribir y no abandonábamos la silla de Céspedes, 5 hasta que paríamos la última cuartilla que después nos trituraban los lápices implacables de García Sosa y González Quesada. Sobrada elocuencia de que nuestro tiempo fue el del mejor temple de la madera de periodistas que se curtían, porque reinaba la chispa, sin decir mentiras. Vivíamos afanados siempre en decir la verdad, hasta que un día tropecé con la censura, choqué más de una vez, y salté la barrera. 
Yo quería ser periodista y fui periodista.

Esta foto es de mi entrañable TOM, cuando yo tenía 20 años y echaba espuelas en el oficio. 

José Antonio López Godoy, que adelantó su partida el 7 de septiembre de 2009, fue compañero inseparable en mis años de periodista en Cuba, disfrutaba especialmente el placer inmenso que me provocaban los grandes reportajes a toda página. Llenó cientos de películas de la vida diaria y el progreso villaclareño que después cocinábamos entre su laboratorio y la redacción. Los dos fuimos testigos de cuánto hizo el escultor cubano José Delarra —también fallecido—, en su obra cumbre que fue la plaza del Ché de Santa Clara, y de mis encuentros interminables con Manolín Álvarez, el padre de la radio en Cuba, dos temas que fueron mi fuerte en aquel periodismo de investigación. 
Gracias, "Tomaso"!

TU IMPLACABLE LÁPIZ ROJO

Por Jesús Díaz Loyola.

                                      A Jorge García Sosa y todos los colegas muertos.

Es una paradoja verdadera: ”Hoy hay más comunicaciones que periodismo”. En cambio, contigo aprendí a ser más rectificador de mis escritos; y hoy, siempre que tomo la pluma, me acuerdo de tus sabios consejos llenos de la chispa que nos inculcabas cuando éramos unos aprendices de periodista. 

Por eso te lo dije la última vez que nos encontramos en Santa Clara, y no me canso de decirlo: "He añorado siempre que volviéramos a ser la redacción de «Vanguardia» que una vez fuimos".

El testimonio más elocuente que guardo de Jorge García Sosa (Santa Clara, 1951—2013) es el de los años 80, los del gran fogueo del periodismo provinciano cuando rastreábamos la noticia palmo a palmo, sin importarnos límites ni tiempo.

Como jefe de información entonces, con tu implacable lápiz rojo, limpiabas de hojarascas y textos floripondios las crónicas certeras que volcábamos en las gacetillas de cada día. Así nos impregnabas el aire nuevo. Por eso estuviste en la cúspide y lideraste aquel tándem de hacedores de la noticia cuando el periódico era un hervidero, un verdadero zafarrancho en el desvelo por la exclusiva de cada día. 

Después, como diseñador, nutriste de ideas nuevas el lenguaje de los formatos de las páginas que llenábamos con el día a día villaclareño.

Jorge era alérgico a los actos y al reunionismo. Durante sus más de 30 años de ejercicio, la perspicacia por la novedad le había gobernado siempre en la esencial divisa de que el periodismo es para los demás, y no para uno mismo. Por eso nos concienciaba que detrás de un acto y una reunión había una noticia mejor.

TRES DÉCADAS FECUNDAS

En el momento de su muerte, ocurrida el domingo 1 de diciembre de 2013, Jorge ocupaba el sillón de jefe de redacción en «Vanguardia», y dejaba tras de si tres décadas de ejercicio fecundo en la redacción del periódico que lo amamantó toda la vida desde que terminó sus estudios en la Universidad de La Habana.

En los años 80, todavía en la época en que «Vanguardia» se imprimía en la rotativa de Céspedes y Plácido, por un golpe del destino, o mejor, por haber acertado en el buen ejercicio profesional, pasé a integrar la plantilla de reporteros del diario después de tres años destinado en el Gobierno provincial de Villa Clara.

Aquel salto me permitió conocer mejor las dimensiones de un Jorge García, a quien ya admiraba como un as de la redacción. La burocracia administrativa que había dejado atrás, no perdonaba que primero fuéramos periodistas y después portavoces. 

En esa manera de decir las cosas como son, tuvo mucho que ver la suspicacia de Jorge García, que cada día nos volcaba en una batalla tenaz por poner sobre el tapete los problemas más acuciantes de la vida. Fue así como llegué a intimar con él, en sus tiempos memorables como jefe de información de «Vanguardia». En realidad, fue él y no otro, quien me propuso que me fuera a trabajar en el periódico y le sacara partido a mi entonces naciente vocación.

Y hasta lo dudó en algún momento: “Mejor te quedas en el Poder Popular, porque entonces quien nos va a sorprender a la hora del cierre cada día, diciendo: ‘¡Traigo un palo, un notición!’ “.

Hay una exclusiva que puedo considerar el mayor bombazo que haya metido durante mis años en «Vanguardia» a la vera del ímpetu certero de García Sosa, y ese fue el reportaje denuncia a la pasividad burocrática que lastraba la ejecución de la etapa final de la fábrica de traviesas de Santa Clara, un tema que levantó polémica y revolucionó el espíritu constructivo de una obra sumergida en el letargo.

De ahí salió el reportaje titulado: "Fabrica de traviesas: Un elefante blanco dormido". 
—Salió como un tiro", me dijo ese día, Jorge cuando manoseábamos la plana ya impresa que cayó como un boom hasta agotar bien temprano la edición en los Kioskos.

En ello, no sólo tuvo que ver Jorge, que ya era brillante emplanando las páginas del diario; también fue determinante la rienda abierta que nos daba otro as de la línea editorial: Ifrain Sacerio Guardado, el jefe de información que sucedió a García y que desafortunadamente también sucumbió.

Jorge y Sacerio fueron dos nombres, dos identidades de una época de 
«Vanguardia», que se convirtieron en los mejores confidentes de las investigaciones que una batería de reporteros tenaces llevábamos adelante cada día en el afán por revelar lo bueno y lo malo.

Pero no siempre todo se publicaba. Jorge como Sacerio se habrán llevado muchas  historias no contadas de esa dinámica a veces infructuosa cuando a ellos tocaba la determinación de anunciarnos la no publicación de los trabajos censurados. Fue lo que me pasó con el Secuestro de Agustín García Fernández, un pescador del puerto de Isabela de Sagua que vivió mil desventuras en el estado norteamericano de la Florida, y aún cuando regresó, no pudo ser héroe en su tierra. Eso nunca se publicó, y no precisamente obedeció a una determinación de Jorge o Ifrain.
El Secuestro de Agustín se fue a la basura, pero me quedó el aliento certero de dos maestros de mi tiempo y de mi oficio. Al menos, de aquellos batacazos quedaba la sólida enseñanza que en buena lid me inculcaron Jorge y Sacerio. "¡Tú, sigue así!", me decían, aunque los reportajes cocinados durante días enteros en las máquinas de escribir, muchas veces fueran a parar a la papelera, porque sencillamente "no ayudaban".

Así también fue como yo comencé a ver un periodismo que cada día perdía más primacía —lo veían todos— y se quedaba más rezagado, en medio de historias estremecedoras que la indolencia burocrática rechazaba ajena a toda la voluntad de mis colegas.

A pesar de ello, la dinámica que me impregnaron mis años provincianos en «Vanguardia», sirvió para que todos creciéramos periodistas ejercidos y curtidos. Muchos como yo, llegaron en los 80, recién graduados e imberbes todavía, pero con el mayor empeño puesto en publicar.  Así se nos acabó de estirar el cuerpo, arropados en el desvelo de nombres como el de Ifrain Sacerio Guardado y el mismísimo Jorge García Sosa, aunque ya sólo queden sus nombres para recordarlos.

El periódico era la mejor escuela de periodismo, pero en realidad, la escuela era Jorge García siempre que empuñaba el lápiz rojo sobre las cuartillas de los reporteros que escribíamos la crónica del siguiente día.

LAS FOTOS:

Jorge García Sosa poco antes de su muerte, ocurrida el domingo ingrato 1 de diciembre de 2013.


Ifrain Sacerio Guardado, otro ardid de la noticia, a quien también le debo  formación y astucia.



En 1984 —con 20 años— cuando yo empezaba a trajinar sobre la máquina de escribir y las grabadoras de bovinas, porque quería ser periodista. 



Jorge García tuvo la audacia de curtirnos a muchos noveles periodistas cuando «Vanguardia» era un corrillo de corresponsales y reporteros, el diario que daba en la diana de la noticia cada día.

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