01 agosto, 2011

El adiós del escritor cubano Eliseo Alberto Diego: "Yo visito mi Habana todas las noches"

IVETTE LEYVA MARTÍNEZ
Tomado de Café Fuerte

El escritor cubano Eliseo Alberto Diego “Lichi” falleció este domingo en México víctima de insuficiencia renal. Tenía 59 años.

Eliseo Alberto de Diego García Marruz murió en el Hospital General de Ciudad México, donde había recibido un transplante de riñón el 18 de julio. Su estado se agravó en la última semana y sufrió incluso varios paros cardíacos en medio de un deterioro general de su sistema renal.

Había nacido el 10 de septiembre de 1951, en el barrio habanero de Arroyo Naranjo. Hijo del célebre poeta Eliseo Diego, miembro de una familia de historiadores, escritores y músicos, Lichi hizo también de la literatura su razón de ser desde sus días de adolescente.

Campechano y jovial, fabulador insaciable, enamorado eterno y amigo cariñoso, Lichi deja una estela de afectos y sensibilidades profundas en Cuba y en el exilio.

Se licenció en Periodismo por la Universidad de La Habana y se incorporó a la creación periodística y el ejercicio literario en las principales publicaciones cubanas. Trabajó como redactor de la revista Cuba Internacional, y se desempeñó como jefe de redacción del suplemento literario El Caimán Barbudo y subdirector de la revista Cine Cubano.

Fue director del Centro de Información del Instituto Cubano de Artes e Industria Cinematográficos (ICAIC), institución a la que aportó varios guiones y proyectos para documentales y filmes de ficción. Fue profesor en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, inaugurada en 1986.

En Cuba publicó los poemarios Importará el trueno (1975), Las cosas que yo amo (1977) y Un instante cada cosa (1979), además de la novela juvenil La fogata roja, que obtuvo el Premio Nacional de la Crítica en 1983. Fue además guionista de filmes cubanos como Guantanamera (1995) y Cartas del Parque (1989), de Tomás Gutiérrez Alea; Mascaró (1991), de su hermano Constante Diego, y El elefante y la bicicleta (1994), de Juan Carlos Tabío.

Pero su éxito literario internacional sobrevino tras radicarse en México en 1990. Su libro de memorias Informe contra mí mismo, publicado en 1996, un desgarrado testimonio sobre su vida bajo el sistema totalitario de vigilancia y delación en la isla, lo desmarcó del régimen cubano.

“Informe contra mí mismo es un libro a favor de lo que amo: mi familia, los amigos, la isla entera. No me propuse una memoria de la historia sino una primera historia de mi memoria”, escribió entonces a propósito de la primera edición del polémico título, que se refiere a un informe que le pidió la Seguridad del Estado sobre su familia.

En 1998 ganó el Premio Internacional Alfaguara de Novela por Caracol Beach. En México publicó también las novela La Eternidad por fin comienza un lunes (1992), La fábula de José (2000), Esther en alguna parte (2005) y El retablo del Conde Eros (2008).

Su obra incluye los libros de literatura infantil Breve historia del mundo y Del otro lado de los sueños. Escribió además telenovelas para la empresa Televisa y mantuvo una sistemática colaboración con los diarios Milenio y La Crónica de Hoy.

Fue fundador y miembro del consejo editorial de la revista Encuentro de la Cultura Cubana, publicada desde Madrid por intelectuales cubanos de la diáspora.

Su padre y su hermano, el cineasta y dibujante Constante Diego “Rapi”, fallecieron en México en 1994 y 2006, respectivamente. Lichi se convirtió en ciudadano de ese país en el 2000.

Era un fanático del ajedrez y del campeón cubano José Raúl Capablanca (1888-1942). La vida del genial ajedrecista lo motivó a escribir el guión de la película Capablanca (1987), de Manuel Herrera.

Entre sus proyectos más acariciados estaba escribir la historia de la amistad de su abuela con la madre del presidente John F. Kennedy, a partir del epistolario que ambas sostuvieron tras conocerse en Estados Unidos y hasta los días de la Crisis de Octubre de 1962.

Lichi estuvo el pasado año en La Habana, donde recibió atención médica en el Hospital “Hermanos Ameijeiras” debido a su insuficiencia renal crónica.

Lo sobreviven su hija María José, en México; y su hermana María Josefina de Diego García Marruz “Fefé”, en Cuba. Su madre Bella García Marruz había fallecido en el 2006.

En La Habana también viven su tía, la poetisa Fina García Marruz, y sus primos, los músicos Sergio y José María Vitier.

Sus cenizas irán a La Habana

Las cenizas de Eliseo Alberto reposarán “por voluntad expresa” en La Habana, y serán trasladadas en los próximos días desde México, informaron a Efe fuentes familiares.

La hermana del escritor, Josefina de Diego García-Marruz envió a su primo José María Vitier en Cuba un mensaje en el cual dice: “por voluntad expresa de mi hermano, sus cenizas reposarán en La Habana, la tierra que tanto quiso y de la que nunca se fue, ‘yo visito mi Habana todas las noches', siempre dijo”.

De Diego dijo que quería “agradecer, públicamente, a todos los médicos y enfermeras mexicanos” que atendieron a Eliseo Alberto “con tanto cariño y profesionalismo”, de acuerdo al comunicado de De Diego que sus primos residentes en La Habana facilitaron a Efe.

También trasmitió “muy especialmente” su agradecimiento a “los médicos y enfermeras cubanos del hospital Hermanos Ameijeiras, así como a todos los enfermeras, familiares y amigos médicos que en La Habana batallaron por su vida”.
Evocación de un contemporáneo:

"Hoy, lunes, comenzó su eternidad"

Por Raúl Rivero
Es un oficio peligroso y sin porvenir dedicarse a hacer versos del poeta caído. Lo bueno, cuando uno de esos hombres sufren el breve sobresalto de la muerte, es compartir la huella que su viaje nos deja en la memoria. Me gustaría que en España se recuerde a Eliseo Alberto Diego, muerto ayer domingo en Ciudad de México a los 59 años, con estas palabras que dejó escritas: "Lo único imperdonable es el olvido. Tarde o temprano, los cubanos nos volveremos a encontrar, bajo la sombra isleña de una nube.

Hay que estar atentos: el toque de una clave se escucha desde lejos".
Si, ya se sabe en el mundo de entero que el autor de La eternidad por fin comienza un lunes, Caracol Beach, Esther en alguna parte, El Retablo del Conde Eros, Importará el trueno y Las cosas que yo amo, no volverá a llegar sin previo aviso y a cualquier hora del día o de la noche a la puerta de su amigos para tomar por asalto los salones y las mesas cálidas de las cocinas para empezar a reconstruir una Habana desvanecida, sensual, tristona y rota.

No sé si lo volverán a esperar las muchachas queridas que ahora son señoras dispersas y azoradas. Sus viejos amores cantados como si fueran aventuras ajenas y distantes, como si el dolor de los poemas hubiera crecido en una carne y unas venas que no fueran las suyas. Como si las rupturas y las soledades, las aventuras sin cauce ni ilusión, fueran unas espinas que se han tenido que sacar uno de los personajes de sus historias.

Después de esta catástrofe privada, los amigos de todas las edades que viven en el inmenso mapa de las encrucijadas de la poesía y las amargura del exilio, se verán obligados a releer sus libros, repasar los correos, revisar las fotos y a convocarlo —con un poco de humo y una sublevación de azúcar— para que su humor y su manera de reinventarnos las viditas vividas, ayuden a que las personas que lo quisieron en Arroyo Naranjo, en México y Madrid no se sientan más solos todavía.

Se le va a recordar en la intensidad de unos episodios familiares y de amigos que van desde Pello el Afrokán hasta Roque Dalton, de José Lezama Lima al Benny Moré y Gastón Baquero y Celia Cruz. Leyendas que ya tienen sus versión definitiva porque Lichi no podrá modificarlas, como no podrá agregarle ni un punto ni una coma a la historia de su abuela materna como condiscípula, amiga cercana y corresponsal hasta finales del siglo pasado, de la señora Rose Kennedy, la madre de dos políticos norteamericanos asesinados el siglo pasado.

 Habrá tiempo y sueños y materia para querer a ese habanero fino, llano, irónico y un poco llorón que juraba que su padre, el poeta Eliseo Diego, muerto también en México en 1994, entra a menudo en silencio en las habitaciones de su amigos y se pone a ver televisión. Y al hombre que se murió ayer con esta oración en la cabecera de la cama: "Nadie quiere más a Cuba que yo". 

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